De la piel de Satanás: Así era Mallorca by Pere Arbona i Bosch

De la piel de Satanás: Así era Mallorca by Pere Arbona i Bosch

autor:Pere Arbona i Bosch
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Drama
publicado: 2015-12-11T00:00:00+00:00


Capítulo X

Los erizos.

—Ésta es buena época para la caza del erizo. Me tienes que acompañar unas cuantas noches, que tengo ganas de pillar algunos ejemplares.

Nos encontrábamos ya a principios del mes de junio, cuando las crías nacidas del parto primaveral de este insectívoro han dejado de mamar, pero me sorprendió que me hiciera esta proposición, que fue más bien una orden. Y me cogió desprevenido porque, si bien Pedro era cazador, siempre ejercía esta actividad de día y con escopeta y nunca había empleado su tiempo en perseguir a esos pequeños mamíferos. Comoquiera que ni siquiera pensé en llevarle la contraria, le esperé en el lugar y la hora que me había indicado. También me extrañó que me citara fuera de los límites de Son Pou, que era donde, debido a que por su edad no tenía licencia de armas, se consideraba a salvo de la Guardia Civil. Estuvimos saliendo durante tres o cuatro noches, a lo largo de las cuales se repitió la misma historia.

Cada vez nos veíamos en el mismo sitio y allí comenzábamos la batida, como si no se pudiera encontrar aquella clase de bichos en otros andurriales. Se trataba de una zona de monte bajo cerca de un grupo de viviendas, que estaba formado por no más de media docena de casas, las cuales se encontraban un poco alejadas del centro de la villa, separadas de ella por no más de dos kilómetros. Nuestro perrito partía, batiendo el terreno sin parar y siempre pendiente de no perder el contacto con nosotros. En el momento en que oíamos sus latidos sabíamos que acababa de acorralar a su presa, que buscaba la salvación enrollándose sobre si misma, convertida en una bola protegida por las púas amenazadoras. Naturalmente acudíamos a toda prisa para hacernos con la pieza, todo ello sin que Pedro, como pude observar, perdiera nunca de vista el pequeño caserío. No nos solíamos quedar por espacio de mucho tiempo ya que, al cabo de no mucho más de dos horas de estar dando vueltas, mi compañero decía:

—Hoy no toca. Ya nos podemos largar.

Yo tampoco consideraba normal salir para hacer aquellas sesiones tan cortas. Resultaba evidente que el verdadero propósito de mi amigo no era el de llenar el zurrón, ya que me constaba que no le gustaban los erizos ni los comía nunca. No sé si era por el respeto que le tenía o por el temor que me invadía cuando Pedro parecía estar obsesionado por algo, pero el caso es que no me atrevía a preguntarle qué demonios era lo que no tocaba aquella noche.

Todo llega en esta vida y al final un buen día sucedió lo que el bribón esperaba. Aquella noche no había luna y el cielo estaba “despejado y vagamente luminoso”, de acuerdo con la descripción de Riber. La luz de las estrellas, tan apretujadas la una al lado de la otra que parecía que se estuvieran disputando un espacio en el firmamento, nos permitía ver dónde nos encontrábamos, adivinar los senderos y distinguir las sombras.



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